Próximo Taller Presencial el 29 de Noviembre en Rivas
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La maternidad nos trae muchas cosas gozosas, y también a todas, sin excepción, situaciones de encuentro con la Rabia. Con la rabia de nuestras hijas, hijes, hijos y también con la nuestra.
La rabia es de las emociones que más nos revuelve internamente. Y nos hace encadenar a su vez, otros pensamientos y conductas (a veces violentas con otras personas o con nosotras mismas), y otras emociones: vergüenza, culpa, dolor.
La rabia, aparece de pronto y cambia el rumbo de nuestro día y nuestro estar. Ni la esperábamos ni, muchas veces, la sabemos regular o manejar. Nos muestra una cara de nosotras no deseada, pura sombra.
En la crianza y el acompañamiento a la adolescencia puede llevarnos a descubrir nuestros límites de desregulación y necesidad de descarga.
«Me pone furiosa», “Me saca de quicio”, “No estoy dispuesta a que se salga con la suya”, “Ni caso, no voy a hacerle ni caso”, “Como no pare ya, no sé que le hago”, “Me va a hacer enfadar y luego ya verá”, «Me hace perder los papeles», «Saca lo peor de mi»…”
En muchas ocasiones, la rabia, parece venir de fuera, un estímulo o suceso externo, que es el culpable de que se despierte el negativo y destructivo volcán, el dragón….
En realidad, como ya sabemos, no hay emociones negativas ni positivas. Y la rabia no es una excepción. Algunas emociones como la ira, el miedo, o la tristeza, pueden ser más o menos deseables, más o menos agradables de sentir o presenciar, más o menos incómodas para una misma y para las otras personas, pueden generar más o menos rechazo… pero todas tienen una función adaptativa.
La rabía, la furia, la cólera, nos sirven como señal y aviso para advertirnos de que hay algo que no va bien, que algo es injusto, que hay una necesidad que está siendo vulnerada o que estamos sacrificando demasiado en alguna situación o relación.
Nos sirve de brújula y guía y también nos moviliza a la acción para protegernos o enfrentarnos a eso que está suponiendo una amenaza, una ofensa, una injusticia o un obstáculo para nuestro bienestar.
Nos posibilita hacer cosas que de otro modo, sin ese ímpetu, seríamos incapaces de hacer.

Cristina Mandy
La Rabia tiene una fuerza y una determinación interior que pocas emociones tienen.
Si nos dejamos escucharla bien, puede traernos una claridad rotunda de hacia dónde debemos ir.
Qué queremos y qué no queremos, qué permitimos y qué no estamos dispuestas a tolerar. La ira es la emoción que mejor nos protege de la injusticia, de los abusos, de las invasiones de espacio, de la humillación y las violencias.
Si no se ha despertado antes, despierta con firmeza en algunos momentos durante el embarazo, parto o postparto, cuando somos tocadas, aconsejadas, advertidas, tratadas como vasijas, infantilizadas, violentadas, ninguneadas o sobreprotegidas por instituciones y familia en unos aspectos (como en la toma de decisiones sobre nuestros cuerpos, durante nuestros partos, nuestras lactancias, crianzas…), e invisibilizadas, sobre-exigidas y desprotegidas en otros aspectos, especialmente en lo concerniente a la esfera pública político-socio-económica-laboral.
También tenemos la oportunidad de conectar con nuestra verdad a través de la rabia cada etapa premenstrual y en el climaterio y perimenopausia.
La rabia tarda más en despertarse cuanto más dañada tenemos nuestra autoestima y poder personal, cuanto más sometidas estamos a los mandatos y las expectativas socioculturales.
Pero cuando sucede, cuando el volcán despierta, entonces, ya no nos valen las justificaciones intelectuales, las alianzas con lo masculino, como principio del patriarcado, que quizá nos habían servido para desenvolvernos con cierto éxito en lo social y profesional hasta ese momento.
Ahora la doble moral de la mística de la feminidad y la mística de la maternidad atraviesa nuestros cuerpos. Por eso es la maternidad la que hace que muchas mujeres emprendan su propio camino de heroína, su reconciliación con lo femenino, el hallazgo del sentido de pertenencia con los movimientos feministas, emprendiendo un transformador camino de Maternidad Feminista. Entonces soñamos con refundar la Cultura Matrística y el principio (feminista) materno del que siempre habla Casilda Rodrigañez.
Me voy de tema, pero no, porque está relacionado. Porque la falta de reconocimiento de la función socioeconómica de los cuidados y la función social de la maternidad, el sostén invisible que le hacemos a la productividad patriarcal es una de las grandes fuentes de rabia que tenemos atragantada.
No es fácilmente identificable en lo cotidiano, lo que nos enfada son los síntomas (las discusiones de pareja, el desequilibrio en las responsabilidades, la carga mental, el agotamiento, falta de tiempo para una misma, renuncia elegida o forzada al desarrollo profesional, dependencia económica y logística… )
La ira tiene género. Y las mujeres-madres tenemos motivos de sobra para estar furiosas. Sin embargo, por distintos motivos, en general, la ira de las mujeres es aterradoramente muda. Y la rabia que me permito expresar demuestra cuánto respeto estoy dispuesta a otorgarme a mi misma y cuanto quiero hacerme respetar también.
Si quieres leer más sobre esto, sobre el poder de la rabia, puedes ir al texto del taller original “La Furia que empodera”.
Hacia donde quería ir es hacia la idea de que esto mismo les sucede a nuestras hijas e hijos. Que la rabia, saludablemente expresada y (co)rregulada, puede convertirse en una poderosa guía y en un aspecto clave para el desarrollo de la autoestima, la seguridad, la autoconfianza y la satisfacción profunda vital que deseamos para ellas y ellos.
Sin embargo, aún sabiendo que la Rabia es una emoción necesaria y su expresión es clave tanto para nuestras vidas como para las suyas, en general llevamos bastante mal presenciar las expresiones y explosiones de esta emoción. Sostenerla y acompañarla se hace difícil sin que se despierte la nuestra propia, o al menos la impaciencia, la intolerancia, la lucha entre lo que mi hije necesita y lo que yo estoy necesitando…
Porque dejar a nuestras hijas e hijos sin la brújula y la poderosa herramienta que es la rabia, las deja desprotegidas y desprovistas de poder personal, pero el acompañamiento hacia su propio empoderamiento no es camino fácil para las madres de dragones. Nos toca primero rescatar nuestro propio poder (que manteníamos oculto y encadenado, no fuera a ser que se nos descontrolara) y aprender a escuchar, comprender, relacionarnos y manejarlo con conciencia. Reapropiarnos del poder y del fuego de dragón.
Esto sucede especialmente si estamos en público, bajo la mirada y el juicio de los otros, de manera que solemos sentir autorechazo y proyectar sobre nosotras mismas el rechazo de las y los demás también, así que tratamos de controlar, contener, tapar, reprimir su “rabieta” y la nuestra. Hacemos grandes esfuerzos por evitar la expresión de su ira, incluso saltándonos los propios límites que habíamos definido (“venga, déjale por esta vez, que si no la va a montar”….) y cuando no podemos evitarla, nos distanciamos emocionalmente, nos desconectamos, deslegitimamos su emoción y los motivos por los que se siente así también (“es una tontería”, “ahora se le pasará”, “es que es así, grita y llora por todo”, ”está en los terribles 2 años”…).
Si nuestra rabia tiene tanta fuerza que consigue atravesar las corazas que hemos ido construyendo para no sentir y no expresar emociones que están mal vistas socialmente porque molestan a los demás (no mostrándola logramos protegernos del rechazo, del juicio, de la distancia emocional y la retirada de amor que suele traer expresarlas), si a pesar de ese esfuerzo por disimular y contener, nuestra rabia logra salir, entonces sentiremos la tristeza, la vergüenza, la culpa, el malestar que implica no cumplir con la expectativa propia y social de madre bondadosa, protectora y equilibrada.
Esa imagen buenista y patológicamente positiva que nos ha inoculado el heteropatriarcapitalismo la tenemos interiorizada como ideal (aunque a nivel racional discrepemos y nos proclamemos madres reales lejos de pretender ser perfectas –incluso malas madres, que no deja de ser la polaridad, y otra cara de la maternidad patriarcal) y nos genera un gran malestar cuando sentimos que no cumplimos con nuestras propias expectativas.
Otras veces, atizamos y mantenemos encendido nuestro enfado, porque sentimos que quizá así es la única manera de lograr atención, respeto, poder…
Sea cual sea la manera, lo que aprendimos como niñas, y lo que vivimos en relación con nuestra madre -y las heridas, cicatrices que quedaron- se nos actualiza ahora como mujeres-madres.
- ¿Qué me pasa cuando mis hijes tienen una mal llamada “Rabieta”?
- ¿Siento rechazo? ¿Me enfrío, me insensibilizo y distancio emocionalmente de él? ¿Le ignoro? ¿poco a poco se enciende mi enfado y acabo reaccionando con una explosión de rabia similar a la de mi hije? ¿Me desbordo emocionalmente y después me siento culpable, avergonzada y triste?
- ¿Qué consecuencias tiene sobre mi y sobre ellas y ellos eso que a mi me está pasando?
- ¿Cómo evitar negar y deslegitimar su emoción? ¿Cómo evitar entrar en luchas de poder, amenazas, gritos, chantajes, manipulaciones o castigos para tratar de paliar su rabia o la mía?
- ¿Cómo sostener su emoción y sus necesidades?
- ¿Cómo manejar mis propias emociones para que no interfieran y complejicen más la ya de por sí difícil situación que están atravesando ellas o ellos?
- ¿Cómo enseñar a nuestros hijes la sana expresión de la rabia si yo reprimo la mía?
- Y si se enciende mi propia rabia, ¿Cómo no ser destructiva?
- ¿Cómo no sentir vergüenza y culpa después de un episodio de cólera?
- ¿Cómo manejar de manera saludable mi propia rabia para que ellas y ellos puedan aprender a manejar las suya y no la repriman?
- ¿Cómo acompañarle? ¿Cómo acompañarme para poder acompañarle?
Son muchas las preguntas que nos hacemos las mujeres-madres que nos damos cuenta de la fuerza arrolladora de la ira y la rabia en nuestras hijas e hijos y en nosotras.
Conectar y atender las diferentes maneras en las que se expresa la rabia en mi, nos acerca a la comprensión de sus mensajes y permite que vayamos encontrando caminos para acompañarnos a nosotras mismas y también a nuestras criaturas, con compasión y sentando las bases del buen trato, el con-sentimiento mutuo, la empatía, la comunicación asertiva y la autoprotección emocional. Esta capacidad de autoprotección y autodefensa emocional es fundamental, por ejemplo para prevenir bulling, abusos, acosos y agresiones de cualquier tipo, también los sexuales.
En realidad, la rabia es una emoción bastante superficial. Siempre hay otra por debajo que es la que verdaderamente nos está pidiendo atención, mirada, validación, acompañamiento y amor incondicional.
Si todo esto te mueve y te interesa, quizá te interese el taller
Rabia y Maternidad: Acompañarte en la rabia también para acompañar la de tus hijxs en su crianza y adolescencia
Un espacio vivencial para sentipensar sobre la propia relación con la rabia, para comprenderse y encontrar las propias respuestas y guía.
Con enfoque ecobiopsicosocial, psicocorporal, somático-energético, Sororidad, autocuidado, presencia y respeto mutuo.
Este taller es una adaptación para mujeres-madres del taller La Furia que Empodera, puedes leer más sobre el taller original aquí.




